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¿Cómo las hormonas controlan tu vida?

Las hormonas se definen como “sustancias químicas producidas por el cuerpo que controlan numerosas funciones corporales”. En palabras del investigador Alexander Gil, del Instituto de Investigaciones Biomédicas Dr. Francisco J. Triana Alonso (BIOMED-UC), en Venezuela, son “sustancias químicas que, viajando a través de la sangre, comunican a las células de un órgano con las de otro, con un fin específico”. Este Bioquímico, experto en hormonas sexuales, advierte de que la idea de que provienen siempre de una glándula “se ha quedado un poco anticuada”. Hoy se sabe que gran cantidad de órganos las producen (desde el cerebro hasta las células adiposas de todo el cuerpo).

En cuanto a su misión, están involucradas en mecanismos tan distintos como el crecimiento, la reproducción, la memoria y las emociones, entre otros muchos. De hecho, su función global es coordinar la actividad de las células de distintos órganos y mantener el equilibrio homeostático, esto es, velar por que todos los parámetros vitales se mantengan dentro de una serie de constantes y nos encontremos sanos.

Sin embargo, para que una hormona mande un mensaje a una célula, debe haber una proteína receptora. Si esta falla, la célula no recibe el mensaje y las consecuencias, por lo general, son desastrosas para la salud. Lo mismo sucede si algo no va bien en su producción, como ocurre en la diabetes. Por suerte, desde que el fisiólogo William Bayliss introdujo, en 1902, el término hormona, tras el descubrimiento de una de ellas, la secretina, pronto se vio que la síntesis artificial de estos mensajeros podría ofrecer muchas ventajas al organismo enfermo.

El primer uso médico de la adrenalina fue para el asma y el control de las hemorragias en cirugía. Luego, se logró sintetizar la tiroxina, que revolucionó el tratamiento de enfermedades como el cretinismo y el bocio. Pero si hay una hormona que ha influido de forma sostenida en la medicina es la insulina, desde que Frederick Banting y John Macleod la aislaron en 1926. Su descubrimiento, reconocido con un Premio Nobel, permitió su aislamiento y purificación a partir de extractos del páncreas de vacas y cerdos, para tratar la diabetes.

En la actualidad, la ciencia trabaja con hormonas como posible solución a las lesiones cerebrales, la obesidad o el daño cardiaco. Se acaricia, incluso, la idea de usarlas para fabricar el elixir de la felicidad. Lo que sabemos de ellas es solo una sombra de todo lo que queda por averiguar. Por eso, su estudio está muy lejos de haber finalizado.

La dopamina reina del placer

Para que uno de los múltiples mensajeros químicos del organismo se pueda definir como hormona es condición  necesaria que utilice el conducto sanguíneo para comunicar órganos distintos. De ahí que exista cierta polémica sobre si algunos neurotransmisores –cuya función principal es llevar mensajes entre las neuronas, todas en el cerebro– son o no hormonas. Con la dopamina, no existen dudas. Además de su importante papel como neurotransmisor, viaja por la sangre desde las glándulas suprarrenales a diferentes partes del cuerpo. Y esos largos recorridos se corresponden también con sus múltiples funciones. Pero es su papel en las emociones lo que más ha atraído la atención de los científicos en los últimos años. Un experimento dado a conocer en Nature Neuroscience demostraba cómo escuchar música que nos gusta provoca la secreción de dopamina. Lo mismo ocurre con la sensación de estar enamorado.

La tiroxina, reguladora del metabolismo

En ocasiones, un conjunto de reacciones bioquímicas se esconde detrás de la pérdida o aumento exagerado de peso. Cuando esto ocurre, es debido a una mala regulación de la tiroxina, la principal hormona secretada por la glándula tiroidea, que se localiza debajo de la nuez y sobre la tráquea. Su hiposecreción es la responsable de ralentizar el metabolismo, lo que puede producir aumento de peso, debilitamiento muscular, incremento de la sensibilidad al frío, disminución del ritmo cardiaco y una pérdida de las actividades mentales de alerta. Cuando se segrega en exceso, los efectos, igualmente indeseables, son justo los opuestos.

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